Había una vez un médico húngaro que se llamaba Ignaz, trabajaba en el Hospital General de Viena. En 1825, al visitar a un paciente que se estaba recuperando de una fractura, en el Hospital, sus familiares y él mismo, lo vieron acostado sobre sábanas húmedas y sucias.
En ese hospital moría mucha gente.
En medio de ese mundo que aún no entendía los gérmenes, un hombre intentó aplicar la ciencia para detener la propagación de la infección. Se llamaba Ignaz Semmelweis.
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